martes, 12 de mayo de 2009

Falsos amigos (continuación)

Esta es la continuación de la entrada anterior. Gracias por regresar. En otra ocasión, el danés se metió debajo de la máquina en cuatro patas, miró, salió y dijo algo parecido a - “guáya… guáya”. Los mecánicos me miraban y yo dije: - “Quiere guáya guáya, pero no sé qué es…” Todos esos degenerados se miraron como preguntándose ¿Querrá dunga dunga?. Tanto insistía el danés que le tuve que pedir que escribiera la palabra porque no lograba entenderle… entonces después de pensar un poco y decir que no sabía muy bien cómo se escribía, anotó en un papel: “washer”. Mi desconcierto fue mayor porque no sabía si quería un lavarropas o darse una ducha y tampoco entendía qué tenía que ver con lo que miraba debajo de la máquina. Mi diccionario de bolsillo no tenía esa palabra, así que no pude ayudarlo. Entonces el danés pidió permiso y se metió en el taller mecánico y comenzó a revolver cajones, mesas, estantes y todo lo que podía mirar (incluyendo almanaques en la pared, que no eran precisamente institucionales de la empresa en la que estábamos) y luego de un rato encontró lo que quería… ¡Era una arandela! Acto seguido él se volvió a la máquina que estaba instalando y todo el mundo comenzó a comentar por milésima vez la historia, casi leyenda a esa altura, del tano que trabajaba hace no sé cuántos años en la planta y que entre cosas mal dichas, decía “arandarela” en lugar de arandela… Mientras tanto, yo aproveché a vaciar los baldes de transpiración que llevaba a cuestas y seguí haciendo de traductor con la eficiencia que me caracterizaba. Vamos entonces al otro suceso bestial que les prometí. Entre medio de la fauna de mantenimiento había un pibe bastante aparato, bueno, trabajador, servicial, pero muy aparato. Él siempre quería estar en medio de todo y la instalación de esa nueva máquina era una buena oportunidad de demostrar que podía ayudar. Estaba o había estado estudiando algo en la facultad y con eso se creía que estaba capacitado para abrir la boca ante cualquier situación. Aún cuando supiera mucho de mantenimiento (no puedo dar fe de eso pero no interesa en esta caso), definitivamente no sabía hablar inglés. Claro que eso no era un impedimento para que él "conversara" con el danés cada vez que podía acercarse. Una tarde el danés estaba ensuciándose más que de costumbre porque estaba trabajando con la parte hidráulica de la máquina. En realidad, estaba haciendo un enchastre, pero él ponía cara de “esto es procedimiento de rutina” y nadie tenía ánimo de contradecirlo. Tampoco hubieran sabido cómo, al menos no usando el idioma. En medio de eso estaba el flaco sabelotodo que hacía como que entendía y lo ayudaba. Yo miraba de lejos, una porque estaba tratando de que mis neuronas descansaran unos minutos y otra porque no tenía intenciones de que me salpicaran con aceite industrial. De repente el flaco levanta la cabeza y comienza a gritar a los cuatro vientos… - Guívmi uán trap! Guívmi uán trap! Lo cual sería una transliteración de su fonética mecánico-inglesa para “Give me one trap!”. Y ahí comencé a reír. ¿Que le dieran qué? ¿Una trampa? El danés miraba con cara de miedo y supongo que pensaba “¿Me quieren cazar con una trampa?” Los que estaban alrededor miraban para todos lados y se preguntaban - “¿A quién le habla? ¿Por qué no hablás en bonaerense? ¡No sabemos inglés, nabo!”. Por si no lo dedujeron, lo que flaco estaba pidiendo era ¡un trapo!, no una trampa, pero como no conocía la palabra en inglés la tomó del español y la transformó en algo que se pareciera al inglés. Dicho de otro modo, cayó en la trampa de un falso amigo... Él igual era feliz y en su caso, más que un falso amigo, se trataba de un boludo conocido, y estos, les aseguro, no figuran en la lingüística… quédense tranquilos. .

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