martes, 26 de junio de 2012

Una experiencia inmunda

A ver... preste atención. Trate de imaginar la situación mientras yo describo lo mejor que puedo cómo se iban desarrollando los hechos.

Hablaremos de comida rápida, fasfú como le dicen ahora. Sea una caja de cartulina con tapa de aproximadamente 15 cm de largo por 7 ú 8 de ancho, quizá un poco más larga también podría ser. Unos 5 ó 6 cm de altura más o menos. Dentro unas cuantas unidades de "patitas" de pollo rebozadas (extrudadas, no patas reales, por supuesto). La entidad que sostenía esta caja había aplicado una generosa capa de aderezos sobre la cara interna de la tapa. Comentario al margen: llamo entidad a lo que externamente parecía un ser humano, aunque no estoy tan seguro que reúna todos los requerimientos básicos para serlo...habría que comenzar por preguntarle si conoce el fuego y ya podríamos seguir adelante o descartar que sea una especie humanoide).

Bien, vuelvo al relato. El ser antropomorfo de referencia mantenía con las extremidades de su miembro superior derecho una de tales patitas y la revolvía durante incontables minutos sobre la mancha babosa de aderezo, con tal dedicación, insistencia y presión que no cabe duda que además de aderezo se estaba comiendo la caja de a poco, disolviendo y mezclando la estructura de la misma con la amarillenta crema que luego introducía en su boca junto a un delicado mordisco tan pequeño que daba la sensación de que tenía intención de ocupar las próximas 8 horas en terminar de deglutir tan asquerosa alimentación.

He aquí otro indicio de que no era tan humano: seguramente era capaz de digerir celulosa. De no ser así, quizá pertenece a ese 54% tan nefastamente notable de estos días, es decir, humano pero imbécil. Usted sabe de qué hablo.

Cuando estaba a punto de comenzar a ignorar a ese ser y su desagradable comportamiento, con el propósito de olvidarme del asunto, otro individuo de considerable volumen desgraciadamente mal distribuido (el volumen) pasó por delante de mis ojos con un recipiente abierto con forma de lo que habitualmente llamamos balde. Este balde, con un volumen aproximado de cinco litros (!!!!!) estaba totalmente lleno de pochoclo (pop corn).

Mientras hacía una mueca como si hubiera olido a un perro muerto hace diez días, pensé: esa cantidad de pochoclo no puede entrar dentro del cuerpo de ese individuo. Si trata de comerlo todo, comenzará a salir antes de llegar al final del balde... mejor no estar cerca, me dije.

Para esta altura, ya estaba totalmente rodeado de seres provistos de similares baldes, cajas, vasos inmensos de bebidas, caramelos, chocolates, maní, papas fritas, nachos, salsas, etc. etc.

La más vívida imagen de un infierno dantesco. La puesta en escena perfecta de la más despreciable inmundicia humana... cientos de individuos sentados, todos mirando hacia la misma dirección, y llevando a sus bocas todo eso que habían adquirido antes de entrar.

Y yo, también sentado, preguntándome ¿qué motiva a estos seres a venir al cine y comer dentro de él? ¿cuál es la relación entre la actividad de disfrutar una película y masticar al mismo tiempo? ¿comen porque están en horario de trabajo y cuando termine la película deben volver a sus oficinas donde luego no tendrán tiempo de alimentarse? ¿tragan sin ver porque necesitan energía para que sus cerebros funcionen mejor y puedan entender el argumento? ¿comen allí porque creen que lo que acaban de comprar es más nutritivo y barato que lo pueden conseguir en un almacén, supermercado o restaurante? ¿se comportan de esa manera tan irracional para hacer lo mismo que el que está sentado a su lado? ¿o lo hacen porque sencillamente son imbéciles? ¿? ¿? ¿? ¿? ¿?...

¡Qué inmundicia!

Sea por lo que sea, deberían verse en un espejo haciendo eso. Y pensarlo un par de minutos. Tengo la esperanza de que al menos un 2% sería capaz de entenderlo y cambiar la actitud.

Y ya dejo esto, porque está por comenzar la película.
Pero antes...

- Mirá lo que traje en el tupper... ¿querés pata o pechuga?

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