miércoles, 16 de diciembre de 2009

La granja de remolachas más famosa


El 12 de noviembre de 1767 María Magdalena Keverich, viuda e hija de un cocinero, se casó con Johann, músico, tenor y borracho. Aunque Johann era también hijo de un músico, su actividad preferida era el vino.
Su padre se opuso desde el comienzo al matrimonio de su hijo con María Magdalena porque ella no era de la misma clase social que su familia. Hmmm, probablemente ella no era borracha…
Dos años después del casamiento tuvieron su primer hijo al que llamaron Ludwig, pero a los seis días, falleció.
María tuvo otros seis hijos, pero sólo tres sobrevivieron: Ludovicus, Kaspar y Nikolaus. El primero de estos tres se convirtió en un gran músico, inmensamente reconocido hasta nuestros días.
Me estoy refiriendo a la familia Beethoven.
Ludwig realizó su primera actuación en público cuando tenía 7 años y publicó su primera composición musical a los 11.
Cuando tenía 17 conoció a Mozart, quien dijo: “Recuerden su nombre, este joven hará hablar al mundo”.
Beethoven compuso 32 sonatas para piano, 16 cuartetos de cuerda, 7 tríos, 10 sonatas para violín y piano, 5 conciertos para piano y orquesta, 1 para violín y orquesta, lieders, oberturas, sólo 1 ópera (Fidelio, inicialmente llamada Leonora) y 9 sinfonías, entre otros varios tipos de composiciones más.
La Primera Sinfonía es estrenada en 1800 y en 1816 comienza a esbozar la Novena, estando casi totalmente sordo, la cual estrena en 1824.
No necesito decir que he escuchado más de una vez cada una de esas nueve sinfonías, varias de ellas en vivo. Se parecen muy poco entre sí, menos que las obras de otros compositores que tienen más grabado el sello del autor en ellas.
Mis preferidas son la Séptima y la Novena y en menor medida, la Tercera, la Quinta y la Sexta.
Si están con la energía baja, escuchen la Tercera o la Quinta (muy famosa por sus primeros acordes) que les levantan el ánimo, seguro.
Si en cambio buscan meditación y paz, elijan la Sexta, también llamada “Pastoral” que tiene hasta el canto de algunos pajaritos imitado con instrumentos musicales, claro.
Si están un poco deprimidos o necesitan inspiración para moler a palos a un piquetero que no los deja avanzar en alguna calle, pongan a todo volumen la Séptima y les aseguro que van a encontrar inspiración para cualquier cosa. Es imposible escucharla y no terminar con el pulso “al galope”… ¡es genial! (¡Ojo! Esto no es apología del delito, es apreciación musical…)
Un párrafo aparte merece la Novena.
¡Qué digo! Un párrafo no alcanza ¡un blog aparte necesita esta obra! No se preocupen, yo seré bastante más breve que eso en este momento.
Es una obra maestra, algo compleja, energética, esperanzadora, vigorizante, optimista… Como soy fanático de esta sinfonía puedo seguir agregando calificativos de ese tenor, pero voy a detenerme aquí.
Es la primera sinfonía que incluye cantantes solistas y un coro, los cuales interpretan en el cuarto y último movimiento los versos de la “Oda a la Alegría”, de Schiller.
Escucharla es disfrutar de excelente música, pero no sólo eso… es vibrar y hasta llorar de emoción. Y créanme que aunque no resulte posible, cuando termina, uno tiene que mirar para abajo para convencerse que no está levitando a 20 centímetros del piso… Sí, es para emocionarse.
Es una de las composiciones más famosas de todos los tiempos, tanto o más que su autor.
Y aunque el pobre Ludwig nació en una familia de enfermos y él mismo terminó sordo y con varios problemas de salud adicionales, nada de eso le impidió ser un genio, innegablemente.
A propósito, hoy sería su cumpleaños número 239.
Ah… y para que entiendan el título de la entrada…
Beeth = remolacha
Hoven = granjas

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